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4.2.- VISIGODOS (II): Presencia en zona media del Ebro y área de influencia de Agüero en particular.


 

La escasez de la documentación disponible para el estudio de la dominación visigoda en el actual territorio aragonés es muy grande. Nuestra información procede de datos escuetos de antiguas crónicas. Es a partir del 466, año en el que la corte goda de Tolosa (Toulouse) ya controla buena parte del territorio septentrional de Hispania al sur del Ebro, cuando se amplía el dominio por iniciativa del rey Eurico en las tierras al norte del Ebro. En lo que respecta al valle medio del Ebro, un conde, Gauterit o Gauterico entra con tropas por el Pirineo occidental (posiblemente, por Roncesvalles) y toma Pamplona, Zaragoza "et vicinas urbes", sin que las fuentes mencionen ningún episodio de resistencia armada. 


Ya en el 476 la caída del Imperio Romano supuso para esta zona (Aragón y especialmente tierras al norte del Ebro) un periodo de decadencia económica.


Tal y como ya hablamos en mi anterior entrada, en el año 507, los visigodos de Tolosa fueron derrotados por los francos del rey Clodoveo I en la batalla de Vouillé. A partir de esta fecha el reino de Tolosa desaparece, por lo cual los visigodos no tienen más salida que desplazarse hacia Hispania, expulsados de la Galia por los francos. 


 

4.2.1.- ¿Cuántos fueron en realidad estos visigodos, de qué clase y dónde se instalaron en Aragón?. 


Entre los estudiosos de hoy en día se admite la debilidad numérica de los visigodos establecidos en la Península. Para esta estimación Rouche retrocede 89 años, hasta el 418, año en el cual llegan a Aquitania. En ese año estima entre cincuenta y cien mil personas —incluidas mujeres, niños y ancianos— el número de los que se alojaron en Aquitania, de los cuales entre diez y veinte mil serían soldados. Si tenemos en cuenta los índices de mortandad, la prohibición de los matrimonios mixtos y la integración en los territorios galos de la población campesina, probablemente fueron bastantes menos de cincuenta mil los visigodos que huyeron a la Península en el 507, una parte mínima si se compara con los más de ocho millones de habitantes de la Península Ibérica a comienzos del siglo VI. 


En principio se trasladaron los nobles aristócratas, cuya preeminencia social era inseparable de la jefatura militar de su séquito, acompañados de los militares de distinto rango de dicho séquito, seguramente seguidos de familias y dependientes, libres y esclavos. Si eran aristócratas con sus séquitos los que formaban el grueso del ejército visigodo, la dispersión por el campo hubiera puesto en peligro su cohesión como fuerza armada. En consecuencia, prefirieron los núcleos urbanos estratégicos, tales como Mérida, Sevilla, las ciudades mediterráneas, como Narbona, Barcelona, Tarragona, Tortosa y Valencia, y la propia Capital Toledo a partir del 549.


Por lo arriba dicho, hay que admitir que fueron pocos los visigodos asentados en Aragón y que en su mayoría se concentraron en Zaragoza y en menor medida en las ciudades de Huesca y Tarazona. Por ello en el Aragón rural al norte del Ebro casi toda la población era hispanorromana e incluso podemos decir que hubo una pervivencia de los herederos de la antigua aristocracia local, contribuyendo al mantenimiento de la tradicional estructura de la propiedad agraria y de las relaciones de dependencia que sustentaba.  


Hablando de Aragón, esa pequeña élite militar y aristocrática trató de ocupar lo que había sido el esqueleto de la organización romana y los núcleos desde donde era más fácil defender sus dominios. A la vez, pasaron a ser dueños de las tierras de los alrededores urbanos. El noble visigodo y jefe militar debió distribuir en sus posesiones recién adquiridas, de cara a su explotación, a los componentes libres (colonos o campesinos siervos) y esclavos de su acompañamiento militar. Estos acompañantes, componentes libres y/o esclavos, debieron de ser muy escasos también. 


La débil huella dejada por los visigodos en los nombres geográficos de Aragón induce a creer que la migración de población socialmente inferior fue muy escasa. G. Fatás y F. Marco confeccionaron un mapa de distribución de fundos (fincas agropecuarias) de origen romano en Aragón basándose en los topoantropónimos indicativos del nombre de un propietario que ha dejado su huella en la denominación del lugar. Se fijaron con preferencia en localidades con sufijos en -ano (Ponzano, Quinzano, Loporzano), -en (Mallén, Grañén, Arén) y -ena (Leciñena, Sigena, Cariñena) cuya mayor densidad se registra en la provincia y alrededores de Huesca y en el Valle del Ebro. Dado que estos topónimos sobrevivieron a la dominación islámica, cabe sospechar que las propiedades continuaron en explotación en época visgoda. Por lo tanto volvemos a hablar de las tierras de Agüero y concretamente del fundo de Leciñano cuya etimilogía nos da un claro origen romano (Licinius). Basados en estas conclusiones de G. Fatás y F. Marco podemos aplicar la misma regla, diciendo que es más que probable que el fundo de Leciñano en Agüero continuó siendo explotado en la época visigoda también.

 

Mapa modificado por el autor para añadir asentamiento de Leciñano.

Fuente: ESCRIBANO, M.V.: “Los godos en Aragón”. Publicación nº 80-54 de la Caja de Ahorros de la Inmaculada de Aragón.


Resumiendo, la dominación visigoda en nuestra zona se produce mediante una fusión pacífica con los hispanorromanos, que son mayoría, y la sociedad se dividió en dos clases diferenciadas, los señores terratenientes y los campesinos siervos.  


Dentro de los terratenientes, los recién llegados aristócratas visigodos eran minoría respecto a los terratenientes locales.  El reducido impacto de la invasión visigoda en Aragón, permitió a la aristocracia hispanorromana conservar, cuando no engrandecer y concentrar en ella, el que había sido el fundamento tradicional de su primacía: la propiedad de la tierra. Prueba de ello es la tendencia de la monarquía visigoda a pagar a esta minoría de terratenientes hispanorromanos los cargos administrativos y militares con tierras públicas. 


En cuanto a los esclavos, resultaban ser más costosos de alimentar y difíciles de retener, por lo que se equipararon con los colonos mediante manumisiones plenas y ambos dieron origen a los denominados siervos ya comentados antes.

  


4.2.2.- Latifundios.


Hablamos, por la información que nos ha llegado, de grandes propiedades que no coincidían con grandes extensiones territoriales continuas, sino que, en consonancia con las tendencias tardorromanas, respondían a estructuras descentralizadas y dispersas: la parte de la propiedad situada en torno a la vivienda familiar sería directamente explotada por el dueño, con esclavos propios mandados por un capataz; el resto de las propiedades, repartidas por amplios espacios, serían encomendadas para su labor a colonos libres, incluso a esclavos instalados en estas parcelas. Estas mismas gentes armadas formaban los ejércitos del poderoso propietario cuando la ocasión lo requería.


Los latifundios estaban en manos de grandes propietarios de alto rango pero también de algunos obispados urbanos y de los monasterios. De hecho era habitual el refugio de la aristocracia en las filas del episcopado, y los monasterios eran escogidos como destino para los hijos de las familias aristocráticas que, con donaciones piadosas, aumentaban su prestigio y poder local. Esto se ve corroborado por los escritos del obispo de Huesca Vicente, procedente de una familia aristocrática y que desde la niñez estuvo en el monasterio de Asán. El donó en su testamento (año 551) a dicho monasterio la gran parte de sus bienes, lugares «con edificios, tierras, viñas, olivos, huertos, prados, pastos, aguas, conducciones de agua —acueductos y canales—, entradas, accesos, colonos y esclavos y todo su derecho, todo peculio cierto, los rebaños de vacas o caballos que se extienden en mi dominio”. Esto nos lleva a resaltar otra característica del cambio social, es decir, la consolidación del poder de la iglesia que alcanzará un papel muy importante a partir de este momento.


A fecha de hoy no tenemos más información sobre a qué latifundio pudo pertenecer el más que probable fundo de Leciñano existente en Agüero. ¿Tal vez al de la familia hispanorromana terrateniente de los Casius de Ejea?, ¿al de algún cenobio monástico?, ¿al de algún aristócrata visigodo de Huesca?, ¿o al propio Obispado de Huesca?. 


 

4.2.3.- Formas de vida religiosa: eremitismo aragonés y monasterios.


En la época visigoda, y posteriormente durante la dominación musulmana, es claro también el surgimiento de viviendas troglodíticas y de eremitorios. Hablamos de algunos cristianos —clérigos o laicos, hombres o mujeres— que, renunciando a la vida social, se retiraron en la soledad para dedicarse, sin sujeción a un orden jerárquico, a la oración y la penitencia. Son llamados anacoretas, eremitas y también ermitaños.


De esta época se tiene noticia de los eremitorios altoaragoneses de Valdonsera, valle de Nocito, valle de Atarés, valle de Basa, ribera del Vero entre Alquézar y Lecina y, según los estudios de M.J. Berraondo, también en la zona de influencia del Agüero - Sierras de Santo Domingo y Caballera -. Veamos lo que nos cuenta M.J. Berraondo:     

  • “Sabido es que en la España visigótica, entre los siglos VI y VIII floreció el ascetismo bajo las formas eremítica y cenobítica”.
  • “Si bien sobre los primeros cenobios o monasterios altoaragoneses tenemos datos, muy poco o nada hay estudiado sobre los eremitas o ermitaños. Y hay que señalar que fue intensa en la zona que estudiamos y en su entorno”.
  • “Citemos la cueva de Santa Chuliana (Juliana) situada al norte de San Felices (Agüero), personaje del que nada sabemos. Pensamos que la agreste zona de la Sierra de Santo Domingo albergó a más de uno. Mencionemos también la casi desconocida y enigmática iglesia rupestre de San Cristobal, al norte de Bolea, si bien ya en el término de Aniés. En esta misma zona y cercana, está la ya un poco más conocida ermita de la Virgen de la Peña, por lo que las laderas de la Sierra Caballera debieron de acoger varios nucleos o centros eremíticos”. 
  • “Significar que en el camino de Júnez a la Carbonera se encuentra una cueva denominada muy gráficamente Cueva de los Frailes. Y en la zona de Barto existe el Barranco del Monje”.


Del eremitismo surge la disciplina cenobítica o monástica, teniendo buenos ejemplos en el Altoaragón:  Los eremitas de Nocito crearon el monasterio de San Úrbez. Los eremitas del Vero propiciarían la fundación del de San Cucufate de Lecina. El abad Victorián se vio precisado a fundar el monasterio de Asán. 


En los siglos posteriores, y a pesar de la generalización de los cenobios monásticos, el eremitismo siguió existiendo aún contando con la oposición de los obispos. Estos procuraron siempre someter a los eremitas a la tutela de algún monasterio. Un ejemplo es el eremitismo del valle de Atarés que terminó en la fundación monástica del 920, que fue a su vez, a partir de 1071, San Juan de la Peña. Todavía en el siglo XVI se practicaba el eremitismo en algunos lugares del Altoaragón. No tenemos más pistas sobre si esta forma de vida siguió existiendo en las tierras de Agüero, aunque se presupone que si.


Durante el periodo visigodo, estos primeros monasterios fueron elementos vertebradores del Alto Aragón a través de su influencia religiosa y su importancia económica, cada vez mayores gracias a las cesiones de los profesos (como el caso ya comentado del Obispo Vicente), las contribuciones de los fieles, la generosidad de los ricos, los legados testamentarios y las donaciones episcopales o del rey.


Estos monasterios no solo eran poseedores, en algún caso, de grandes latifuncios, si no que en ellos se realizó la callada labor de conservación de los legados romano, hispanorromano y godo. Estos legados sobreviven a la invasión musulmana resguardados en los monasterios. Hablamos de monasterios tales como los de Nueno y Sabayés (San Pedro de Séptimo), Lecina (San Cucufate), Nocito (San Úrbez) o Asán.

 

4.2.4.- Inestabilidad de la zona:


Hoy en día sabemos que el área de influencia de Cinco Villas, y por extensión las tierras de Agüero, a partir del año 545 entró en un proceso de desertización demográfica y de disminución del tono de la vida socioeconómica. Todo ello se vio acelerado aún más una vez llegados ya al siglo VII.


La primera mitad de siglo VII son tiempos de malas cosechas y de incursiones del pueblo de los vascones - nombre dado por los romanos al pueblo cuyo territorio se extendía entre el curso alto del río Ebro y la vertiente peninsular de los Pirineos occidentales, comprendiendo lo que hoy es Navarra, oeste de la provincia de Zaragoza y centro y noreste de la Rioja, entrando en conflicto en diversas ocasiones con los visigodos -. Los vascones, no romanizados ni cristianizados, asolan ambos lados del Pirineo y el valle medio del Ebro y turbaron de modo notable la vida de amplias zonas. Sos y la Valdonsella se encontraban entre los dominios de los vascones, pero no las tierras de Agüero. En este punto, el fundo de Leciñano en Agüero, podemos decir que estaba en territorio fronterizo. Agüero una vez más ya hace honor al “título” de territorio fronterizo que se gana a lo largo de la historia. Por todo lo dicho es de esperar que esta zona sufriese habitualmente estas incursiones vasconas que trajeron a sus pobladores carestía agraria, empobrecimiento, ruina, desconcierto e interrumpción de la vida regular y las comunicaciones. Estas incursiones vasconas fueron habituales en tiempos de los reyes Leovigildo (año 580), Suintila (año 625), Tulga y Khindasvinto (año 642). Todas fueron controladas por el rey de turno, pero inmediatamente se reproducían generando gran inestabilidad en la zona.


No solo los vascones fueron una amenaza para este territorio. Las malas cosechas y la situación ruinosa en general también se vieron acrecentadas por otros dos factores:

  • Plagas de langosta en la zona media del Ebro en los años 584 y 642, que las crónicas mencionan como generales y que originaron perjuicios especiales en estas áreas.
  • La inestable situación política fruto de tratarse de una monarquía no hereditaria. Las disputas por el trono nos trajeron a esta zona revueltas como la de Froya en el año 653. Froya , noble godo opositor al reinado de Recesvinto, se subleva con el apoyo de vascones y baugadas y asolan de nuevo las tierras del valle medio del Ebro. El ataque, al margen de arrasar los campos y los silos, tuvo efectos devastadores, causando muchísima mortandad, de modo que los cronistas hablan de multitud de campesinos muertos, de otros muchos esclavizados como botín y de una especial saña contra las gentes de Iglesia y los elementos de culto, que muestra claramente la no cristianización de estos vascones en fecha ya tan adelantada. Las tropas de Recesvinto sofocan la revuelta y dan muerte a Froya. 


A partir de aquí el reino visigodo entró en crisis a causa de la incapacidad de la monarquía para cobrar tributos y mantener su autoridad. Esto causó la formación de grupos nobiliarios rivales y las disputas contínuas por ocupar el trono, lo que hundió la monarquía visigoda y facilitó la invasión musulmana. Invasión que llegó a nuestras tierras en el año 714, tres años después de su desembarco en la Península Ibérica. Los musulmanes se encontraron con un país desunido y débil, por lo que no hallaron demasiada oposición en los que aquí ya vivían.




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